miércoles, 27 de enero de 2010

Soledades colectivas y tragedias burguesas


Voy a comenzar este comentario con un inciso de quinceañera porque, siendo sincera, fue el primer pensamiento que se me atravesó cuando supe de "La soledad de los números primos", el primer libro del italiano Paolo Giordano que fue boom editorial el año pasado.

Inciso de quinceañera:



Paolo Giordano nació ganando 5 a 0. No sólo es un churro mitad modelo de Hugo Boss mitad cantante delicia de grupo de rock, sino que además a sus 26 años tiene una beca para ser doctor en Física en una universidad italiana y le dio por publicar una novela que por casualidad se convirtió en el libro favorito de Italia, vendió más de un millón de ejemplares y se ganó el premio Strega.

Después de ver la foto y sus logros (que parecen sacados de un compilado de requisitos de príncipe encantador de mi y quinceañero -que sepa coser, que sepa bailar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar-) me dejé atrapar por la narración rápida y certera de su libro. No es difícil dejarse llevar: capítulos muy cortos que cuentan anécdotas puntuales y dolorosas con las que cualquiera podría relacionarse. Tragedias burguesas como accidentes de esquí, anorexia perpetua o el miedo al rechazo en la adolescencia que son sazonadas con detalles muy puntuales como las torturas a las que sometían las niñas populares del colegio a las menos populares o el agónico momento de escoger un regalo de cumpleaños para el único niño del salón que nos invitó a su cumpleaños. Momentos de soledad, descritos de manera nítida que apelan a aquellas soledades colectivas que se depositan en los recuerdos y que hacen que la lectura de "La soledad de los números primos" fluya, sea rápida y envolvente.
Este bien podría ser el único mérito de la novela. Ese y que su protagonista sea matemático (novedoso, por decir lo menos, pues si hacen película del libro creo que por primera vez vería a un Doctor en Matemáticas protagonizar una historia de amor). Pero de pronto soy muy dura con el libro. Para ser el primer intento de un escritor tan joven es verdaderamente un buen intento.


sábado, 16 de enero de 2010

Fragmentos, cartas no enviadas

ayer mientras intentaba quedarme dormida intenté hacer la promesa de retomar mis escritos y de volver a pensar en imágenes y palabras que se maridan bien y que dan la ilusión de fluidez, de un cierto tono, de un momentum...en la nebulosa de la vigilia-sueño-vigilia pensaba en frases sobre el miedo, sobre una lápida en el pecho que no deja gritar (susurros fantasmales de Pedro Páramo), sobre el vértigo de balancearme sobre un abismo con las piernas temblorosas, con la certeza de estar bordeando lo más profundo de la oscura paranoia, con el miedo de pronunciar, de escribir títulos e historias que fundan los recuerdos que mejor deberían quedarse guardando polvo, acumulando polillas, bailando entre mi closet (habitando ese par de zapatos negros que nunca uso, jugando a disfrazarse de señoras elegantes), dejarme llevar por las palabras, por la sutil exploración de las palabras, que como lupas recorren mi cabeza, recorren mi cuerpo, y como buenos doctores examinan cada uno de mis lunares y dictaminan riesgos, aconsejan cuidados, dan palmadas en la espalda...dar un salto...bordear al inombrable...escribirle algo como esto:

¡Oh querido! si tan sólo supieras que llevo tres noches seguidas soñando contigo,
todavía no te olvido.

[te recuerdo entre arcadas]

El odio que sentía por ti...mejor, la miseria en la que me sumergiste lentamente se fue transformando en una costra, en una herida supurante, en un volcán lleno de odio...

¡Oh, deliciosa crueldad! aquella que te llevo a ordenarme "término bien cocido", que me hirvió entre brasas, que endureció mi carne, que me consumió los pulmones y el corazón, que me desnudó con media sonrisa para desecharme, para susurrarme "jamás te había visto tan hermosa"-palabras ensayadas- en donde el miedo a tu impotencia y a quererme prefirió la mentira al juego.

Ya no sollozo las canciones de La Lupe.
(Ya no recuerdo tu olor marchito y tus dientes perversos).

No deseo...no deseo...no deseo oír, ni verte, ni tenerte cerca...no deseo...

Exorcizame de ti, abandona este cuerpo que ahora ama y abraza a otro, y abandoname por siempre...



¿Y qué tal que este sea mi exorcismo?

Faltaría más contundencia, ser implacable...llamarte Andrés o David, si es que hay necesidad de poner un nombre, cerrar los ojos, mover la nariz, parpadear un par de veces y despertar de este mal sueño...