miércoles, 7 de enero de 2009

sobre libros que he regalado

1.
A R. le regalé casi toda mi biblioteca adolescente. Desde La nausea, porque yo pensaba que tanto él como Roquetin, y como las bestias salvajes, encontraban verdadero sosiego y calma con la música, hasta el primer volumen de los cuentos de Cortázar, aunque más bien fue un préstamo sin carácter devolutivo. A él le regalé Rayuela comentada. La idea era que yo leía la novela y en cada página ponía una nota, un recuerdo, cualquier cosa cursi, para que cuando él la leyera sintiera que yo lo estaba acompañando en su lectura. Por supuesto, R. nunca leyó mi Rayuela comentada.

2.
A C. le regalé Tokio Blues(Norwegian Wood). En una de nuestras conversaciones él me contó que le gustaba mucho los Beatles, porque tenía buenos recuerdos ambientados por su música. Claramente, esa cofnesión hizo crecer el imaginario que tenía sobre él y lo imaginaba escuchando a Los Beatles y teniendo conversaciones vagabundas con extraños, tan vagabundas como las que solíamos tener él y yo. El día que terminé de leer Tokio Blues me puse a llorar. Me sentía infinitamente desgraciada. Me sentía como esos japoneses suicidas y tarados sobre los que escribe Murakami. El día que le dí el libro, jugamos a leer pasajes cualquiera. Me acuerdo que yo le leí a C. algo sobre las luciérnagas. El dijo que el libro era como una luciérnaga. Luego mi historia con C. se volvió terriblemente enfermiza, pues yo seguía, de manera obstinada, confundiendo al C. de mi cabeza con el C. de la realidad, y nunca supe cual era más vagabundo y cual me hacía más daño. El único día que fui a la casa de C. le pregunté por el libro y lo sacó de algún lugar recóndito. El libro estaba escondido, me imagino, para que su novia no se diera que cuenta que había otra tarada que le regalaba libros de japoneses suicidas.

3.
El primer día que sentí que algo estaba muy mal en mi relación con A. le armé un escándalo. Al otro día le regalé Rayuela. Es el único libro que me arrepiento de haber regalado.

4.
Estoy pensando regalar ¡Qué viva la música! Tal vez es porque acabo de llegar de Cali y mi abuela vive arriba del Dary frost y mi papá y mi tio me llenaron de historias caicedianas como el mayordomo tatareto de la finca, que no podía hablar bien porque se le había aparecido el diablo según él decía o como la fiesta a la que fueron a la casa de La Mona, que se tuvo que acabar antes de lo previsto porque bajó la mamá de la dueña de la casa a decirles "muchachos se murió La Mona" y todos subieron a ver que había pasado y allí estaba La Mona colgando del techo. Salsa, droga y rockanrol. Buena combinación. Bonita manera de mostrarle a alguien que no conoce Cali, como es la ciudad que huele a caña, tabaco y brea. Ahora vamos a ver si tengo el valor de regalar el libro.