martes, 8 de diciembre de 2009

Primero estaba el mar...

Podría repetir todo lo que se ha dicho sobre Tomás Gonzaléz...que es el secreto mejor guardado de la literatura colombiana -es decir, cualquier cosa- que es lúcido y escueto en sus narraciones, que no se vale de la fórmula de la sicariesca para escribir sobre Colombia, que sus descripciones se le meten a uno por todas partes y hacen que ericen los pelos de los brazos, que sus paisajes tropicales me acordaron de Horacio Quiroga, que el personaje de Elena, en Primero estaba el mar, me acordó de mi amiga Catalina, que f. me dijo que había visto un día a Tomás González en el Carulla de Centro Chía y que se sintió star strucked, que después de leer su novela quise conocer el Urabá, que debería aprender de él su manera de hacer frases cortas y en sólo dos palabras decir todo lo necesario para describir una situación en donde lo más importante es que el alma se está pudriendo...podría seguir diciendo montones de cosas, pero es mejor que sea Primero estaba el mar el que hable por mí...a continuación, el fragmento final:

38.
"No sabe dónde está ni cuando fue su muerte. Él está muerto. No oye la brisa rozar las ramas de los árboles, ni al mar respirar al lado suyo; no siente a los pescadores pasar frente a su tumba, dejando la huella de sus pies descalzos en la arena y un olor a tabaco en el aire. El tiempo que había antes de nacer se ha unido al tiempo infinito que sobrevino con su muerte y ha formado un solo ser, sin arribas ni abajos, antes o después. No sabe quien posee ahora su tierra. ¡Y tanto que llego a quererla! ¿Existió? ¿Existirá la vereda alguna vez? Él no lo sabe; la extraña flor de su cerebro se ha secado y para él ya no existe la memoria. Se ha perdido para siempre en la gran cosa que está ahí y ha estado desde siempre, ser absolutamente remoto y presente, ser que es sólo agua aunque sepa florecer en amor, horror, inteligencia y deseo; agua que florece en belleza, sangre y compasión por más que permanezca siempre agua.
(…) Pero él ya no lo sabe. No puede oír el ruido de la arena que en desordenado reloj remueven los cangrejos a través y a los alrededores de su tumba. No puede oír el ruido del agua, desordenada también en su infinita mensuración de sal y espuma, cuando viene con la marea y se lleva de nuevo para el mar las arenas que su cuerpo va formando. Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro. No habìa sol, ni luna, ni animales, ni plantas. El mar estaba en todas partes. El mar era la madre. La madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era el espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria.
"

Tomás González, Primero estaba el mar.