sábado, 10 de abril de 2010

...

El último libro que regalé actúo como un talismán. Como un objeto simbólico. Como esas cosas que les dan a los héroes de aventuras y que no tienen mucho sentido pero que luego al momento de enfrentarse al monstruo más horrible resultan las más efectivas. El último libro que regalé fue Peter Pan.

Nuestra primera cita (first date desastroso) estuvo acompañada de mucha cerveza. Mi boca se convirtió en un órgano independiente a mi cerebro y comencé a vomitar y a vomitar historias de promiscuidad, de estupidez, de miedo. Todo lo que no se debe decir en una primera cita. Era inevitable, no controlaba mi boca. Mi vida, contada en ese momento, parecía ser una canción de Amy Winehouse con quemaduras de alfombras, infidelidades indolentes y mucho gin y tonic.

Después del desastre fuimos a su casa.

En su casa dijo que me quería mostrar lo que el consideraba el fragmento más hermoso de la literatura. Me leyó una parte de Peter Pan. Me enamoré.

Un año después se fue.

El día después de que me dejó fui a una librería y el primer libro que estaba exhibido era Peter Pan. La versión original en teatro. Lo compré pensando que todo iba a pasar. Que hablaríamos, que nos reconciliaríamos y que como prueba de que todo quedaba atrás, estaría el libro.

Él nunca volvió, yo dejé el libro sobre su cama. Peter Pan. El relato de un niño que nunca quiso crecer. Coincidencia macabra, signo del destino, herramienta mágica de los relatos de aventuras.

Nunca supe si vio el libro. Si lo recibió o lo botó. Si lo estremeció o lo olvidó.

Desastrosa incertidumbre.

No hay comentarios: